Tiempo de lectura: 3' 34'' No. de palabras: 573
Monseñor Julio Parrilla Domingo 09/03/2014
Es como un grito que se repite a lo largo del Evangelio. Una palabra dura para aquellos que tienen endurecida la cabeza y el corazón. Jesús se rasgará las vestiduras ante el engaño de aquellos que mienten en beneficio propio. Es el primer mensaje de la Cuaresma: si quiere entrar en el Reino de Dios tiene que ser sincero.
Monseñor Julio Parrilla Domingo 09/03/2014
Es como un grito que se repite a lo largo del Evangelio. Una palabra dura para aquellos que tienen endurecida la cabeza y el corazón. Jesús se rasgará las vestiduras ante el engaño de aquellos que mienten en beneficio propio. Es el primer mensaje de la Cuaresma: si quiere entrar en el Reino de Dios tiene que ser sincero.
Lamentablemente, la
hipocresía, a lo largo de la historia,
se ha convertido en compañera de camino del ser humano. Sobre la
sinceridad de las palabras y de los sentimientos prevalecen el engaño y
la mentira. Ocurre en la vida política, económica, profesional,
familiar... Casi sin quererlo, como una especie de subcultura inevitable
adherida a nuestra piel, nos hemos acostumbrado a mentir y a aparentar
lo que no somos ni amamos. Antes que ser nosotros mismos, preferimos
reinventarnos según la demanda del mercado. Escondido queda ese fondo de
verdad en el que, todavía, nos atrevemos a llamar a las cosas por su
nombre, siempre y cuando estemos solos y no nos comprometa demasiado...
Pasada la resaca de las elecciones, conviene gritar a los vencedores que
no sean hipócritas. Seguramente, en la refriega de la batalla han dicho
palabras o han hecho gestos que no se creen ni ellos. Pareciera que las
batallas justificaran todos los excesos. Pero, tomada la posesión del
cargo, conviene aterrizar en la verdad, porque es ella la única capaz de
hacernos libres. Si fueron elegidos en democracia, defiendan la
democracia. Si fueron elegidos para servir, sirvan al pueblo antes que a
sus propios intereses. Si alguien confió en ustedes, no defrauden la
confianza. Y, si en sus discursos hablaron de los pobres, no los
abandonen. Lo contrario es hipocresía. Cuando Jesús la denuncia, el
pueblo sencillo entiende su mensaje, porque tiene la experiencia de que
la hipocresía manda y, en algún momento, acaba rebelándose contra ella.
Para muchos, las elecciones han sido un espacio de mercadeo que rebaja
el accionar político y lo deshumaniza. Difícil redimir semejante
dislate... Quien hace de la política un negocio nunca buscará el bien
común, ni la dignidad de la persona, ni el desarrollo integral de los
pequeños... Más bien estará pendiente de su casa, de su bolsa o de no
perder su pequeña parcela de poder. Quien así actúa vacía de contenidos
liberadores la política y la hace odiosa. El pueblo tiene un especial
olfato para detectar la hipocresía. Dispuesto a perdonar cualquier
debilidad humana, se vuelve implacable con los mentirosos. Ejemplo de
hipócrita era el Tartufo, inmortalizado por Molière. Hasta el final
mantuvo intacta su careta. Por eso, cuando al final de la obra, lo
detiene la autoridad, se vuelve al cielo, puño en alto, y exclama
dirigiéndose a su Dios particular: "¡Que me hagas a mí esto, con la de
favores que te hice!".
Fantástica resulta la liturgia cuaresmal cuando,
desde el primer momento, al amparo de la humilde ceniza, nos recuerda
que no hay ayuno, ni limosna, ni plegaria que agraden a Dios si el
corazón no es sincero. El grito del Nazareno se ha ido multiplicando y
repitiendo como un eco a lo largo del tiempo, hasta llegar a nuestra
conciencia personal y colectiva. Hoy sabemos que la hipocresía es capaz
de destruir al hipócrita.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: http://www.elcomercio.com/julio_parrilla/Hipocritas_0_1098490213.html.
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Hipócritas
Tiempo de lectura: 3' 34'' No. de palabras: 573
Monseñor Julio Parrilla Domingo 09/03/2014
Es como un grito que se repite a lo largo del Evangelio. Una palabra
dura para aquellos que tienen endurecida la cabeza y el corazón. Jesús
se rasgará las vestiduras ante el engaño de aquellos que mienten en
beneficio propio. Es el primer mensaje de la Cuaresma: si quiere entrar
en el Reino de Dios tiene que ser sincero.
Lamentablemente, la hipocresía, a lo largo de la historia, se ha
convertido en compañera de camino del ser humano. Sobre la sinceridad de
las palabras y de los sentimientos prevalecen el engaño y la mentira.
Ocurre en la vida política, económica, profesional, familiar... Casi sin
quererlo, como una especie de subcultura inevitable adherida a nuestra
piel, nos hemos acostumbrado a mentir y a aparentar lo que no somos ni
amamos. Antes que ser nosotros mismos, preferimos reinventarnos según la
demanda del mercado. Escondido queda ese fondo de verdad en el que,
todavía, nos atrevemos a llamar a las cosas por su nombre, siempre y
cuando estemos solos y no nos comprometa demasiado...
Pasada la resaca de las elecciones, conviene gritar a los vencedores que
no sean hipócritas. Seguramente, en la refriega de la batalla han dicho
palabras o han hecho gestos que no se creen ni ellos. Pareciera que las
batallas justificaran todos los excesos. Pero, tomada la posesión del
cargo, conviene aterrizar en la verdad, porque es ella la única capaz de
hacernos libres. Si fueron elegidos en democracia, defiendan la
democracia. Si fueron elegidos para servir, sirvan al pueblo antes que a
sus propios intereses. Si alguien confió en ustedes, no defrauden la
confianza. Y, si en sus discursos hablaron de los pobres, no los
abandonen. Lo contrario es hipocresía. Cuando Jesús la denuncia, el
pueblo sencillo entiende su mensaje, porque tiene la experiencia de que
la hipocresía manda y, en algún momento, acaba rebelándose contra ella.
Para muchos, las elecciones han sido un espacio de mercadeo que rebaja
el accionar político y lo deshumaniza. Difícil redimir semejante
dislate... Quien hace de la política un negocio nunca buscará el bien
común, ni la dignidad de la persona, ni el desarrollo integral de los
pequeños... Más bien estará pendiente de su casa, de su bolsa o de no
perder su pequeña parcela de poder. Quien así actúa vacía de contenidos
liberadores la política y la hace odiosa. El pueblo tiene un especial
olfato para detectar la hipocresía. Dispuesto a perdonar cualquier
debilidad humana, se vuelve implacable con los mentirosos. Ejemplo de
hipócrita era el Tartufo, inmortalizado por Molière. Hasta el final
mantuvo intacta su careta. Por eso, cuando al final de la obra, lo
detiene la autoridad, se vuelve al cielo, puño en alto, y exclama
dirigiéndose a su Dios particular: "¡Que me hagas a mí esto, con la de
favores que te hice!".
Fantástica resulta la liturgia cuaresmal cuando, desde el primer
momento, al amparo de la humilde ceniza, nos recuerda que no hay ayuno,
ni limosna, ni plegaria que agraden a Dios si el corazón no es sincero.
El grito del Nazareno se ha ido multiplicando y repitiendo como un eco a
lo largo del tiempo, hasta llegar a nuestra conciencia personal y
colectiva. Hoy sabemos que la hipocresía es capaz de destruir al
hipócrita.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: http://www.elcomercio.com/julio_parrilla/Hipocritas_0_1098490213.html. Si está pensando en hacer uso del mismo, por favor, cite la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. ElComercio.com
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Hipócritas
Tiempo de lectura: 3' 34'' No. de palabras: 573
Monseñor Julio Parrilla Domingo 09/03/2014
Es como un grito que se repite a lo largo del Evangelio. Una palabra
dura para aquellos que tienen endurecida la cabeza y el corazón. Jesús
se rasgará las vestiduras ante el engaño de aquellos que mienten en
beneficio propio. Es el primer mensaje de la Cuaresma: si quiere entrar
en el Reino de Dios tiene que ser sincero.
Lamentablemente, la hipocresía, a lo largo de la historia, se ha
convertido en compañera de camino del ser humano. Sobre la sinceridad de
las palabras y de los sentimientos prevalecen el engaño y la mentira.
Ocurre en la vida política, económica, profesional, familiar... Casi sin
quererlo, como una especie de subcultura inevitable adherida a nuestra
piel, nos hemos acostumbrado a mentir y a aparentar lo que no somos ni
amamos. Antes que ser nosotros mismos, preferimos reinventarnos según la
demanda del mercado. Escondido queda ese fondo de verdad en el que,
todavía, nos atrevemos a llamar a las cosas por su nombre, siempre y
cuando estemos solos y no nos comprometa demasiado...
Pasada la resaca de las elecciones, conviene gritar a los vencedores que
no sean hipócritas. Seguramente, en la refriega de la batalla han dicho
palabras o han hecho gestos que no se creen ni ellos. Pareciera que las
batallas justificaran todos los excesos. Pero, tomada la posesión del
cargo, conviene aterrizar en la verdad, porque es ella la única capaz de
hacernos libres. Si fueron elegidos en democracia, defiendan la
democracia. Si fueron elegidos para servir, sirvan al pueblo antes que a
sus propios intereses. Si alguien confió en ustedes, no defrauden la
confianza. Y, si en sus discursos hablaron de los pobres, no los
abandonen. Lo contrario es hipocresía. Cuando Jesús la denuncia, el
pueblo sencillo entiende su mensaje, porque tiene la experiencia de que
la hipocresía manda y, en algún momento, acaba rebelándose contra ella.
Para muchos, las elecciones han sido un espacio de mercadeo que rebaja
el accionar político y lo deshumaniza. Difícil redimir semejante
dislate... Quien hace de la política un negocio nunca buscará el bien
común, ni la dignidad de la persona, ni el desarrollo integral de los
pequeños... Más bien estará pendiente de su casa, de su bolsa o de no
perder su pequeña parcela de poder. Quien así actúa vacía de contenidos
liberadores la política y la hace odiosa. El pueblo tiene un especial
olfato para detectar la hipocresía. Dispuesto a perdonar cualquier
debilidad humana, se vuelve implacable con los mentirosos. Ejemplo de
hipócrita era el Tartufo, inmortalizado por Molière. Hasta el final
mantuvo intacta su careta. Por eso, cuando al final de la obra, lo
detiene la autoridad, se vuelve al cielo, puño en alto, y exclama
dirigiéndose a su Dios particular: "¡Que me hagas a mí esto, con la de
favores que te hice!".
Fantástica resulta la liturgia cuaresmal cuando, desde el primer
momento, al amparo de la humilde ceniza, nos recuerda que no hay ayuno,
ni limosna, ni plegaria que agraden a Dios si el corazón no es sincero.
El grito del Nazareno se ha ido multiplicando y repitiendo como un eco a
lo largo del tiempo, hasta llegar a nuestra conciencia personal y
colectiva. Hoy sabemos que la hipocresía es capaz de destruir al
hipócrita.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: http://www.elcomercio.com/julio_parrilla/Hipocritas_0_1098490213.html. Si está pensando en hacer uso del mismo, por favor, cite la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. ElComercio.com
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